Por una vez pregunto
por qué sos tan esquiva.
Tu laconismo es hijo
del dolor, de una sombra
pérfida que no cede
en su excavar. No: creo
que entiendo. Lo que pasa
es que no sé curar
tu herida, que cincela
tu voz como a un diamante.
Catorce letras tienen el nombre y apellido con que firmás. Podría escribir un soneto en el que encabezaran cada línea. Infinitas las p...
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