tu nombre en el silencio
de esta sala que nadie
--¡rara noche vacía!--,
a no ser yo, conoce.
No recorriste nunca
sus baldosas gastadas
ni a esta mesa que, humilde,
me sirve de columpio
te sentaste conmigo,
dueña del resplandor.
No dejo de girar,
así, junto a las dulces
cinco llamas o piel
de tu nombre: entimema
de un duradero azul.
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