es una voz risueña y a la vez melancólica.
Yo avizoro ese cuerpo de mujer distinguida
y joven pero callo porque no es para mí.
Porque establece un límite realmente inapelable,
como una ejecutiva delante de un mendigo,
es que callo y respondo, jocoso hasta el absurdo,
como mandan de siempre mis debidas costumbres.
Soy el poeta. Quiero decir: pintado al óleo,
en su corte alucino con la dúctil finura
de sus modos y gestos de analista lejana.
Soy el poeta. Soy alguien que la divierte.
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