Escribí muchas veces,
demasiadas, urgido
por un impulso oscuro
y desasosegado.
Los versos aducían
lo que no tiene nombre:
la angustia y sus emblemas,
los temblores del cuerpo.
Hoy una atenta calma
se vale del oficio
que se desarrolló
más allá de los síntomas:
elijo cada frase
sin pensarlo y la pulo
como si con un torno
produjera vasijas:
ya el barro no se duele.
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