Mato la soledad
con libros farragosos
que un poco me distraen
pero que, al cabo, viles
en ludibrios, me arrojan
a la contemplación
de la propia miseria.
No nos hablamos: muerde
el celu en su silencio.
Yo anoto los segundos
que pasan, que se imponen
sin que vos me llamés,
sin que te oiga. Dormís
seguramente. Nunca
sabremos, sin noticias,
quién murió en lontananza.
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