Pensás bestialidades
que te provocan risa:
vos con vos en tu casa,
solito. No es que todo
el tiempo te entregués
a tales juegos pero
cada tanto, cansado
de los veinte mil libros,
te ponés a inventar
esos tremendos chistes
mentales. Porque nunca
llegaste a santo, siempre
fuiste un cerdo que reza
ficticias oraciones
de belleza y amor.
Sos como todo el mundo.
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