que me tomo por día.
Dos o tres. Pero bastan
para darme a entender
que el libro que me ocupa
mientras lo bebo tiene
no sólo una materia
sino también un ritmo
parecido al sabor
de las horas, que corren
hacia la nada. Surte
sus embrujos el mate:
hace creer que el zumo
del placer no se agota
de algún modo jamás,
que el gusto no se extingue.
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